En Colombia, han fallecido cerca de 500 personas al día a causa del coronavirus en las últimas tres semanas, la tasa de muertes diarias más dramática del país hasta ahora. Argentina atraviesa el “peor momento desde que comenzó la pandemia”, según su presidente. Decenas de personas mueren a diario en Paraguay y Uruguay, que en este momento tienen los índices de letalidad por persona más elevados del mundo.
“Las vacunas están llegando demasiado tarde”, dijo María Victoria Castillo, cuyo esposo de 33 años, Juan David, falleció en mayo mientras esperaba que el gobierno colombiano extendiera las vacunas a su grupo etario.
Ya entrado el segundo año de la pandemia, el mundo se divide a lo largo de una línea poderosa y dolorosa: los países que tienen vacunas y los que no.
Mientras las naciones ricas, como Estados Unidos, se preparan para volver a la normalidad —al menos la mitad de la población de ese país, el Reino Unido e Israel ha recibido al menos una dosis de la vacuna, lo que ha hecho que los casos caigan de manera drástica—, algunas naciones más pobres, que luchan por conseguir vacunas y batallan con sistemas sanitarios agotados y economías exhaustas, están sufriendo sus peores brotes desde el inicio de la pandemia.
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Carreteras casi vacías de conductores durante un confinamiento en Katmandú, NepalCredit...Prakash Mathema/Agence France-Presse — Getty Images
Este es el caso de Malasia, Nepal y otras naciones de Asia, pero en pocos lugares la situación es tan sombría como en Sudamérica, que presenta el mayor índice de contagios nuevos del mundo, según datos de la Universidad Johns Hopkins. Uruguay, Argentina, Colombia y Paraguay se han situado dentro de los diez países con más casos por cada 100.000 habitantes en la última semana.
Las redes sociales en Paraguay se han convertido en obituarios continuos: en uno se lee, “descanse en paz, profe”; “mi madre ha fallecido”, dice otro, “mi corazón está roto en mil pedazos”. En Argentina, las clases presenciales en la provincia de Buenos Aires, el distrito más poblado del país, se han suspendido en su mayor parte mientras las autoridades se esfuerzan por contener los casos.
Castillo dijo que la muerte de su esposo, padre de tres hijos, la había dejado tan desilusionada que ha llegado a creer que “la única solución es Dios”.
Hace seis semanas, Claudia López, alcaldesa de Bogotá, la capital colombiana, les dijo a los residentes que debían prepararse para las “dos peores semanas” de sus vidas. Sin embargo, en lugar de alcanzar un pico, seguido de un descenso, los casos nuevos y los fallecimientos se han disparado, y esa tendencia se ha mantenido.
Algunos gobiernos —Argentina, Sudáfrica, Malasia, Tailandia y otros— han respondido a la agudización de la crisis sanitaria estableciendo nuevos confinamientos. Otros han renunciado por completo a esa estrategia. A finales de mayo, López anunció que la ciudad volvería a abrir sus puertas el 8 de junio y que revocaba casi todas las restricciones de movimiento relacionadas con la pandemia. Todos los estudiantes debían volver a la escuela ese día, añadió.
“Suena absolutamente contradictorio, desde el punto de vista epidemiológico, tener un 97 por ciento de ocupación UCI y anunciar una reapertura”, dijo, “pero desde el punto de vista del contexto social, económico y político, con una profunda desconfianza institucional, una inaceptable pobreza y un desempleo que está afectando especialmente a mujeres y jóvenes, es necesario hacerlo”.
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