Por ejemplo, si una mujer policía había sido golpeada por su marido --otro policía-- y llevaba encima la carga de un pómulo violáceo, no podía presentarse de ese modo para tomar servicio: debía maquillarse. Cualquiera fuese la zona del cuerpo que denotase el golpe dejándolo a la vista debía ser cuidadosamente ocultado. No figuraba de ese modo en el Orden del Día, pero no dependía de la decisión de la mujer. Así lo contaban hace varios años.
Resultaba difícil incluir en ese entrenamiento los principios básicos referidos a violencia familiar y sexual cuando se trataba de soportar aquello que debía ser sobrellevado en silencio en lugar de ocupar el lugar de la denuncia.
La historia de las mujeres se caracterizó por esta modalidad en la convivencia, que continúa imparable si bien hemos avanzado en lo que a denuncias se refiere. Inclusive cuando aparece quien por su posición y su rango --un comisario en función docente--debería ser prudente, no obstante se desborda. Sus subordinadas arriesgaron hacer visible la violencia y la denunciaron.
Los medios de comunicación agitaron el hecho haciéndose escuchar en todos los tonos, cuando dicho comisario cuyo trabajo como profesor lo ponía en contacto con sus alumnas se explayaba en detalles explícitamente sexuales. Entre ellos figuraba la conveniencia de tener relaciones sexuales con sus superiores para garantizar el buen trato al mismo tiempo que las advertía que durante su trayectoria quienes las comandaban tratarían “de cagarlas y cogerlas”.